jueves, abril 21, 2005

MA SI

Asentimientos
Ma sí...

Ma sí es una expresión un poco italianizante que puede reemplazarse
ventajosamente con la más castiza: "Bueno, está bien".
Pero el uso de este giro causa un daño mucho más grave que el mero más grave
que el mero deterioro del lenguaje.
Porque quien dice 'ma sí' no solamente está contestando afirmativamente a una
pregunta: Está ortorgando algo que en realidad no quisiera otorgar, está
cediendo a una presión, está renunciando a la lucha, está obrando perezosamente.
Así, podemos observar que nadie se sirve del 'ma sí' para las afirmaciones
entusiastas: Sí, juro; sí, padre; sí, te quiero, no sonarían contundenes si se
transformaran en "Ma sí, juro", o "Ma sí, padre".
Por el contrario incurren en masismo quienes conceden de puro resignados nomás.
"Ma sí, yo me lo como igual"; "Ma sí, deme un Simplex".
La deplorable expresión que hoy nos ocupa, pude utilizarse en infinidad de
situaciones, casi siempre denigrantes.
Trataremos de elucidar someramente las circunstancias más asiduas.
Para dar por concluida una obra defectuosa;

>-Ma sí, yo la dejo como está.

Para continuar fumando uno que está en las últimas;

>-Ma sí, de algo hay que reventar.

Para mantenerse desprolijo y hasta fétido;

>-Ma sí, hoy no me baño tampoco.

Para renunciar a la posesión de un bien en disputa;

>-Ma sí, que se lo meta en la parte de atrás.

Para caer en las garras del vicio;

>-Ma sí, llevame donde quieras.

Para casarse;

>-Ma sí, me caso.

Para hacerse aplazar en un examen;

>-Ma sí, la bolilla catorce que la estudien ellos.

Para poner fina a una discusión difícil;

>-Ma sí, tiene razón.

Para no cambiarse la ropa interior;

>-Ma sí, nadie se va a dar cuenta.

Para conformarse con cualquier basura;

>-Ma sí, antes que estar solo...

Y así se podría seguir indefinidamente. Pero la lectura de estos pocos ejemplos
basta para comprender de detrás de cada pusilámine que cae en el 'ma sí', suele
haber alguien que extrae beneficios de esta actitud pasiva. Cuidado, jóvenes
masistas, basta de resignaciones, nada de renunciar a lo que es justo, caramba.
Piensen en lo que hubiera sido de nuestra patria si durante las invaciones
inglesas los porteños hubieran dicho: "Ma sí, ingleses, españoles... todos son
la misma cosa."

CARRERAS SECRETAS

La teoría según la cual todos los objetos del universo se influyen mutuamente, aun más allá de la casualidad y el silogismo, ha sido sostenida por muchas civilizaciones.

Se sabe que la vivión de un meteorito asegura el cumplimiento de un anhelo. La incompetencia de los emperadores chinos produce terremotos. el futuro imprime advertencias en las entrañas de las aves.

La adecuada pronunciación de una palabra puede destruir el mundo.

Yo, desde chico, he participado - sin admitirlo - de estas convicciones. Con toda frecuencia, me imponía sencillas maniobras y preveía unas módicas sanciones para el caso de su incumplimiento. Antes de acostarme, cerraba las puertas de los roperos, sabiendo que si no lo hacía debería soportar pesadillas. bajaba de la cama con el pie derecho. Evitaba pisar baldosas celestes. Al interrumpir la lectura, cuidaba de hacerlo en una palabra terminada en ese.

Los castigos que imaginaba eran al principio leves. Pero después empecé a jugar fuerte. Si me cortaba las uñas por las noches, mi madre moriría; si hablaba con un japonés, quedaría mudo; si no alcanzaba a tocar las ramas de algunos árboles, dejaría de caminar para siempre.

Este repertorio legislativo fue creciendo con el tiempo y al llega a mi adolescencia, mi vida transcurría en medio de una intrincada red de obligaciones y prohibiciones, a menudo contradictorias.

Todo se hizo más simple - más dramático - cuando descubrí las carreras secretas.

Describiré sus reglas. Se trata de elegir en la calle a una persona de caminar ágil y proponerse alcanzarla antes de llegar a un punto establecido. Está rigurosamente prohibido correr.

Antes del comienzo de cada justa, se deciden las recompensas y penalidades; si llego a la esquina antes que el pelado, aprobaré el examen de lingüística.

Durante largos años, competí sin perder jamás. Me asistía una ventaja decisiva: mis adversarios no estaba enterados de su participación y por lo tanto, casi no oponían resistencia. Obtuve premios fabulosos. En Constitución, me aseguré vivir más de noventa años. En la calle Solis, garanticé la prosperidad de mis familiares y amigos. En el subterráneo de Palermo, por escaso margen, logré que dios existiera.

Tantas victorias me volvieron imprudente. Cada vez elegía rivales más difíciles de alcanzar. Cada vez los castigos que me prometía eran más horrorosos.

Una tarde, al bajar del tren en Retiro, puse mis ojos en un marinero que marchaba a unos veinte pasos delante de mí. Me hice el propósito de alcanzarlo antes de la puerta del andén.

Con el coraje y la generosidad que suelen ser hijos del aburrimiento, resolví jugármelo todo. Una vida feliz, si ganaba. Una existencia mezquina, si perdía. Y como una compadreada final, me vacié los bolsillos: aposté el amor de la mijer deseada.

Apuré la marcha. Poco a poco fui acortando las ventajas que el joven me llevaba. Las dificultades comenzaron pronto: un familión me cerró el camino y perdí unos segundos preciosos. Al borde del ridículo, ensayé el más veloz de los pasos gimnásticos. El infierno me envió unos changadores en sentido contrario. Después tuve que eludir a unas colegialas que se deivertían empujándose. La carrera estaba difícil, tuve miedo.

Ya cerca de la meta, conseguí ponerme a la par del marinero.

Lo miré y descubrí algo escalofriante: él tambien competía. Y no estaba dispuesto a dejarse vencer. Había en sus ojos un desafío y una determinación que me llenaron de espanto.

En los últimos metros, perdimos toda compostura. Pedíamos permiso a los gritos y sin el menor pudor, empujábamos a cualquiera. Pensé en la mujer que amaba y estuve al borde del sollozo. En el último instante, cuando ya parecía perdido, una reserva misteriosa de fortaleza y valor me permitió cruzar la puerta con lo que yo creí una ínfima ventaja.

Sentí alivio y felicidad. Pensé que aquella misma noche mis sueños amorosos empezarían a cumplirse. No pude reprimir un ademán de victoria. Alcé los brazos y miré al cielo. Después, como en un gesto de cortesía, busqué al marinero. Lo que vi me llenó de perplejidad. También él festejaba con unos saltitos ridículos. Por un instante nos miramos y hubo entre nosostros un no expresado litigio.

Era evidente que aquel hombre creía haberme ganado. Sin embargo, yo estaba seguro de haberle sacado, al menos, una baldosa.

Entonces dudé. ¿Había calculado bien? ¿Cuál sería el procedimiento legal en estos casos? Desde luego, no me atreví a con el marinero. Me alejé confundido y pensé que pronto concería el veredicto. Una vida dichosa, un amor correspondido, darían fe de mi triunfo. La suerte aciaga, el rechazo terco, me harían comprender la derrota.

Pasaron los años y nunca supe si en verdad gané aquella carrera. Muchas veces fui afortunado, muchas otras conocí la desdicha.

La mujer de mis sueños me aceptó y rechazó sucesivamente.

Todas las noches pienso en buscar a aquel marinero y pregntarle cómo lo trata la suerte. Solamente él tiene la respuesta acerca de la exacta naturaleza de mi destino. Quizá, en alguna parte, también él me esté buscando.

Me niego a considerar una posibilidad que algunos amigos me han señalado: la inoperancia de los triunfos o derrotas obtenidos en carreras secretas

LA MUSA

Los antiguos creían que los artistas no eran sino instrumentos de los diosesLa inteligencia, la destreza, el rior de los aprendizajes, de poco servían sin la intervención de las musas. Por eso al comienzo de cada canto pedían explícitamente una ayuda sobrenatural, invocando a la diosa:
Canta, diosa, la venganza fatal
de Aquiles de Peleo

O más recientemente:
Pido a los santos del cielo
que ayuden mi pensamiento

Sin la diosa, un poeta no era nada. La poesía es en verdad una invocación religiosa de la musa. Y la recompensa del arte no es otra que la experiencia mágica de dicha y horror que la aparición de la diosa provoca.

Los griegos contaban que las musas eran nueve hermanas, hijas de Zeus, y fruto de otras tantas noches de amor con Mnemósine, que era la personificación de la memoria. Antes que nada eran cantoras. Las convidaban a las grandes fiestas del Olimpo y sus himnos deleitaban a Zeus. Vivián en un bosque sagrado, cercano al monte Helicón. Solían reunirse alrededor de Hipocrene, es decir la Fuente del Caballo, un manatial abierto por Pegaso, al dar sus cascos contra una roca.
El agua de aquella fuente favorecía la inspiración poética.

Con el tiempo, cada una de las hermanas vino a tener una función determinada: Calíope se ocupó de la poesía épica; Clío, de la historia; Polimnia, de la pantomima; Euterpe, de la flauta; Terpsícore de la danza; Erato de la lírica coral; Melpómene, de la tragedia; Talía, de la comedia; Urania, de la astronomía.
En los mitos escandinavos, Odín consiguió hacerse con un frasco de miel y de sangre fabricados por los enanos y que son el secreto de la poesía. Por eso habla siempre en verso.
La psicología, esa colección de mitos de nuestro tiempo, desmiente la intervención de la diosa y la reemplaza por otros estímulos menos convincentes.

Lo cierto es que el artists siente, a veces, que le dictan o le cantan en el oído. O mejor todavía, siente una fuerza que le es exterior lo impulsa a cumplir los arduos trabajos de alrte.
Se trata - es necesario decir- de fuerzas mucho más poderosas que las encarnadas por el ansia de fama, dinero o distinciones.

En rigor, no puede hablarse del placer de la creación artística, porque esta creación no siempre es placentera y la mayoría de las veces está rodeada de unas penurias tales que es necesario un enorme valor para evitar el desaliento.

Algunos deterministas sostienen que -a falta de musa- el artista es el inevitable resultado de las circunstancias sociales, económicas y políticas. Es decir, que examinadas las condiciones de una región en un momento histórico determinado , es posible conjeturar qué de obras se acuñará allí. Así, se ha señalado que la historia pastoril típica de la Pampa, produjo el Martín Fierro. Borges objeta que esta misma vida pastoril ha sido típica de muchas regiones de América, desde Montana y Oregón hasta Chile, pese a lo cual estos territorios se abstuvieron enérgicamente de redactar el gaucho Martín Fierro. Ciertamente, lo social y lo económico influyen en el arte. Pero es imposible saber de qué modo. El artista puede acompañar a su época o resistirla. Un régimen autoritario puede engendrar un riguroso arte oficial o una indignada rebelión romántica, o cualquier otra cosa.

Durante mucho tiempo me ha gustado creer que el verso perfecto estaba al final de un camino lleno de espantos y pena.

El puente Chinvrat de los persas prometía un tránsito fácil para los justos e imposible para los malvados. Este sendero poético que me atreví a imaginar conducía a un lugar más glorioso cuantos mayores eran los sufrimientos del camino. Y allí los malvados elegían el camino fácil., el que no llegaba a ninguna parte.

Más tarde, Robert Graves me reveló una verdad: la musa es la mujer que uno ama. El poeta inspirado se conecta con la diosa sólo a través de una mujer en la que ella reside hasta cierto punto. Un poeta verdadero se enamora absolutamente y su amor sincero es para él la encarnación de la musa.

Desventuras de última hora me hicieron ver que tal vez ambas intuiciones son ciertas. El camino difícil es el camino del enamorado y del poeta. Ese camino es el que conduce a la diosa, que es la mujer mada y la única que conoce - o nos hace conocer- la música buscada.

miércoles, abril 13, 2005

EL ROSTRO DEL AMOR

(Estoque leerán lo escribí hace un tiempo, para la mujer a la que amo, espero que lo disfruten, y si no lo disfrutan, al menos que me perdonen)


El rostro del amor puede ser la belleza personificada,
puede ser la pesonificación de la tristeza,
si toca la decepción se debe tomar con entereza,
si toca la dicha es la vida glorificada.

El rostro del amor tiene los labios bien rojos
símbolo de la pasión en tonalidad carmesí,
puede tener también los ojos como llorosos,
lágrimas de cristal, dulzura sin fin.

El rostro del amor
es el mismo rostro de ella
que mis sueños atropella,
y es la causa de mi dolor.

martes, abril 05, 2005

SALVAJE AZUL

Este cielo jamás se nubla, aquí no llueve nunca. En esta mar nadie corre peligro de ahogarse, esta playa está a salvo del riesgo de robos. No hay medusas que piquen, ni hay erizos que pinchen, ni hay mosquitos que jodan. El aire, siempre a la misma temperatura, y el agua, climatizada, evitan resfríos y pulmonías. Las cochinas aguas del puerto envidian estas aguas transparentes; este aire inmaculado se burla del veneno que la gente respira en la ciudad.
La entrada no es cara, treinta dólares por persona, aunque hay que pagar aparte las sillas y las sombrillas. En Internet, se lee: "Sus hijos lo odiarán si no los lleva...". Wild Blue, la playa de Yokohama encerrada entre paredes de cristal, es una obra maestra de la industria japonesa. Las olas tienen la altura que los motores le dan. El sol electrónico sale y se pone cuando la empresa quiere, y brinda a la clientela despampanantes amaneceres tropicales y rojos crepúsculos tras las palmeras.
-Es artificial- dice un visitante-.Por eso nos gusta.

lunes, abril 04, 2005

EL LEON Y LA HIENA

El león, símbolo de la valentía y la nobleza, vibra en los himnos, flamea en las banderas y custodia castillos y ciudades. La hiena, símbolo de la cobardía y la crueldad, no vibra, ni flamea, ni custodianada. El león da nombre a reyes y plebeyos, pero no hay noticia de que ninguna persona se haya llamado o se llame Hiena.

El león es un mamífero carnívoro de la familia de los félidos. El macho se dedica a rugir. Sus hembras se ocupan de cazar un venado, una cebra o algún otro bicho indefenso o distraído, mientras el macho espera. Cuando la comida está lista, el macho se sirve primero. De lo que sobra, comen las hembras. Y al final, si algo queda todavía, comen los cachorros. Si no queda nada, se joden.

La hiena, mamífero carnívoro de la familia de los hiénidos, tiene otras costumbres. Es el caballero quien trae la comida; y él come último, después que se han servido los niños y las damas.

Para elogiar decimos: Es un león. Y para insultar: Es una hiena. La hiena se ré. Por qué será

sábado, abril 02, 2005

UNA CLASE DE ECONOMIA POLITICA

Los sones del organito anuncuavan que el barquillero estaba llegando al barrio. Estaban hechos de trigo y de aire, y de músixa también, aquellos barquillos crujientes que nos hacían agua la boca.

La cantidad de barquillos dependía de la suerte. A cambio de una moneda, echabas a gurar un disco, hasta que la aguja señalaba tu número de la fortuna: del cero al veinte, si mal no recuerdo, recibías nada, poco, o un banquete.

Nunca olvidaré mi primera vez. Yo pagué mi moneda, me alcé en puntas de pie y puse a girar el disco. Cuando el disco se detuvo, alcancé a ver que la aguja apuntaba al veinte. Y entonces el barquillero metió un dedo y sentenció:

- Cero

En vano protesté.

Yo ya era capaz de contar hasta veinte con ayuda de las dos manos, pero no sabía un pepino de Economía política.

Aquella fue mi primera lección.