lunes, agosto 29, 2005

James M. Barrie. Los juegos

Algo acerca de James Matthew Barrie y los juegos secretos. James Matthew Barrie era escocés y nació en 1860. Su padre era un tejedor manual. Su madre se llamaba Margaret Ogilvy. Barrie tenía nueve hermanos, el preferido de Margaret, David, murió a los trece años a causa de un accidente mientras patinaba sobre el hielo. Esa muerte deprimió mucho a Margaret y Barrie hizo todo lo que pudo por alegrarla. Procuró parecerse a su hermano hasta el punto en que no se notara la diferencia, Barrie llegó a ponerse la ropa de su hermano, e imitó su silbido en la esperanza de engañar a su madre con aquel disfraz. El resultado fue que se profundizó el horror.
AA los 25 años Barrie ya era periodista en Londres, escribía crónicas de partidos de cricket, Le gustaba mucho ese deporte. Tenía un equipo integrado entre otros por Sir Arthur Conan Doyle, poco después empezó con los libros, o sea, a escribir. Eran libros sencillos los primeros y alcanzó rápidamente el éxito. Se convirtió en un hombre inmensamente rico y famoso. Cuentan que sólo los niños se sentían siempre a gusto con Barrie, su comportamiento intimida casi siempre a los mayores porque parece que era un hombre muy silencioso, era capaz de pasar largas horas en el más absoluto mutismo.
Con las mujeres no tuvo una vida demasiado borrascosa, se casó con Mary Ansell a quien conoció en unas audiciones para el estreno de la obra "Walker, London". Muchos años después Barie supo gracias a la confesión de su jardinero que había visto todo, que su esposa Mary andaba con un abogado amigo de la casa. Hubo divorcio. En un intento para evitar que la publicidad trastornara su carrera de escritor, se preparó una petición, en al que se solicitaba a la prensa que tratara aquel asunto con discreción. La petición la firmaban, entre otros, Henry James.
En un momento de su carrera Barrie escribió una biografía de su mare que tituló "Margaret Ogilvy", este libro contiene la frase reveladora de toda su literatura: "El horror de mi infancia es que yo sabía que se acercaba el tiempo en que debería renunciar a mis juegos y eso me parecía intolerable, resolví seguir jugando en secreto". De todos sus juegos, de todos sus libros, el más célebre fue "Peter Pan". Barrie murió a los 77 años, en 1937.
Pero volvamos a la frase "Resolví seguir jugando en secreto". Quisiera decir algo acerca de "resolví seguir jugando en secreto". El mundo que nos toca vivir nos tienta con el progreso personal con el ingreso a los circuitos de consumo y con la plena posesión de los derechos de la adultez. Por cierto se fomenta la admiración por la precocidad nos encanta que los niños vivan situaciones adultas. Ahora bien... ¿Qué es una situación adulta? Según parece, tener deseos sexuales, y ansias de posesión. O quizás adquirir cierto aplomo mundano que permite usar palabras tales como: "igualmente", "saludos por su casa", o "muy amable de su parte". Bueno, a todo esto contesto que para ser un imbécil no hay apuro. La precocidad de un niño pianista es admirable, la precocidad de un miserable que aprendió demasiado pronto los riesgos de prestar libros, es basura.
Como quiera que sea el mundo exige abandonar los juegos y progresar, y los que se quedan jugando reciben desprecio y burla. Por eso hay quienes, como Sir James Barrie, resuelven seguir jugando en secreto. Hay personas que sin que nadie lo sepa recorren las calles, y juegan. No pisan las baldosas azules para no matar ángeles y sí las rojas para matar demonios o juegan a que morirán si se cruzan con una rubia en al siguiente cuadra, o gritan en los zaguanes, o pisan las hojas secas para deleitarse con el crujido.

Pero no nos engañemos, estamos hablando de otra cosa, no de mera afición lúdica. Se trata de seguir, en secreto, profesando una moral heroica, de seguir creyendo. De creer no con la estupidez de los mamertos, sino con la locura de los que jamás podrán aprender a acomodarse en un universo burgués de mezquindad; de seguros contra robos, y de electrodomésticos como parámetros de dicha.
James Barrie no quería crecer, Peter Pan no quería crecer. No querían crecer en el peor de los sentidos, no querían esa mediocre resignación que algunos llaman madurez.
Yo he resuelto seguir jugando en secreto: juego a que un buen verso salva una vida, juego a que el amor es más importante que la prosperidad, juego a enloquecerme con un acorde, a creer que lo mejor de la vida todavía no sucedió.
Claro que allí están las personas razonables que pueden despreciarme, y decirme Peter Pan, y se ríen de nuestros juegos y de nuestros sueños. Bien está. Para ellos es todo el mundo. El mundo de los adultos y de los burgueses, el mundo de la televisión. El mundo de los concursos o del rating, atención, tampoco es el mundo de los juegos. Porque los juegos, el sueño secreto de la juventud, son cosa... de gente seria.

martes, agosto 16, 2005

NI DERECHOS NI HUMANOS

Si la maquinaria militar no mata, se oxida. El presidente del planeta anda paseando el dedo por los mapas, a ver sobre qué país caerán las próximas bombas. Ha sido un éxito la guerra de Afganistán, que castigó a los castigados y mató a los muertos; y ya se necesitan enemigos nuevos.

Pero nada tienen de nuevo las banderas: la voluntad de Dios, la amenaza terrorista y los derechos humanos. Tengo la impresión de que George W Bush no es exactamente el tipo de traductor que Dios elegiría, si tuviera algo que decirnos; y el peligro terrorista resulta cada vez menos convincente como coartada del terrorismo militar. ¿Y los derechos humanos? ¿Seguirán siendo pretextos útiles para quienes los hacen puré?

Hace más de medio siglo que las Naciones Unidas aprobaron la Declaración Universal de los Derechos Humanos, y no hay documento internacional más citado y elogiado.

No es por criticar, pero a esta altura me parece evidente que a la declaración le falta mucho más que lo que tiene. Por ejemplo, allí no figura el más elemental de los derechos, el derecho a respirar, que se ha hecho impracticable en este mundo donde los pájaros tosen. Ni figura el derecho a caminar, que ya ha pasado a la categoría de hazaña ahora que sólo quedan dos clases de peatones, los rápidos y los muertos. Y tampoco figura el derecho a la indignación, que es lo menos que la dignidad humana puede exigir cuando se la condena a ser indigna, ni el derecho a luchar por otro mundo posible cuando se ha hecho imposible el mundo tal cual es.

En los 30 artículos de la declaración, la palabra libertad es la que más se repite. La libertad de trabajar, ganar un salario justo y fundar sindicatos, pongamos por caso, está garantizada en el artículo 23. Pero son cada vez más los trabajadores que no tienen, hoy por hoy, ni siquiera la libertad de elegir la salsa con la que serán comidos. Los empleos duran menos que un suspiro, y el miedo obliga a callar y obedecer: salarios más bajos, horarios más largos, y a olvidarse de las vacaciones pagas, la jubilación y la asistencia social y demás derechos que todos tenemos, según aseguran los artículos 22, 24 y 25. Las instituciones financieras internacionales, las Chicas Superpoderosas del mundo contemporáneo, imponen la "flexibilidad laboral", eufemismo que designa el entierro de dos siglos de conquistas obreras. Y las grandes empresas multinacionales exigen acuerdos "union free", libres de sindicatos, en los países que entre sí compiten ofreciendo mano de obra más sumisa y barata. "Nadie será sometido a esclavitud ni a servidumbre en cualquier forma", advierte el artículo 4. Menos mal.

No figura en la lista el derecho humano a disfrutar de los bienes naturales, tierra, agua, aire, y a defenderlos ante cualquier amenaza. Tampoco figura el suicida derecho al exterminio de la naturaleza, que por cierto ejercitan, y con entusiasmo, los países que se han comprado el planeta y lo están devorando. Los demás países pagan la cuenta. Los años noventa fueron bautizados por las Naciones Unidas con un nombre dictado por el humor negro: Década Internacional para la Reducción de los Desastres Naturales. Nunca el mundo ha sufrido tantas calamidades, inundaciones, sequías, huracanes, clima enloquecido, en tan poco tiempo. ¿Desastres "naturales"? En un mundo que tiene la costumbre de condenar a las víctimas, la naturaleza tiene la culpa de los crímenes que contra ella se cometen.

"Todos tenemos derecho a transitar libremente", afirma el artículo 13. Entrar, es otra cosa. Las puertas de los países ricos se cierran en las narices de los millones de fugitivos que peregrinan del sur al norte, y del este al oeste, huyendo de los cultivos aniquilados, los ríos envenenados, los bosques arrasados, los precios arruinados, los salarios enanizados. Unos cuantos mueren en el intento, pero otros consiguen colarse por debajo de la puerta. Una vez adentro, en el paraíso prometido, ellos son los menos libres y los menos iguales.

"Todos los hombres nacen libres e iguales en dignidad y derechos", dice el artículo 1. Que nacen, puede ser; pero a los pocos minutos se hace el aparte. El artículo 28 establece que "todos tenemos derecho a un justo orden social e internacional". Las mismas Naciones Unidas nos informan, en sus estadísticas, que cuanto más progresa el progreso, menos justo resulta. El reparto de los panes y los peces es mucho más injusto en Estados Unidos o en Gran Bretaña que en Bangladesh o Rwanda. Y en el orden internacional, también los numeritos de las Naciones Unidas revelan que diez personas poseen más riqueza que toda la riqueza que producen 54 países sumados. Las dos terceras partes de la humanidad sobreviven con menos de dos dólares diarios, y la brecha entre los que tienen y los que necesitan se ha triplicado desde que se firmó la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Crece la desigualdad, y para salvaguardarla crecen los gastos militares. Obscenas fortunas alimentan la fiebre guerrera y promueven la invención de demonios destinados a justificarla. El artículo 11 nos cuenta que "toda persona es inocente mientras no se pruebe lo contrario". Tal como marchan las cosas, de aquí a poco será culpable de terrorismo toda persona que no camine de rodillas, aunque se pruebe lo contrario.

La economía de guerra multiplica la prosperidad de los prósperos y cumple funciones de intimidación y castigo. Y a la vez irradia sobre el mundo una cultura militar que sacraliza la violencia ejercida contra la gente "diferente", que el racismo reduce a la categoría de subgente. "Nadie podrá ser discriminado por su sexo, raza, religión o cualquier otra condición", advierte el artículo 2, pero las nuevas superproducciones de Hollywood, dictadas por el Pentágono para glorificar las aventuras imperiales, predican un racismo clamoroso que hereda las peores tradiciones del cine. Y no sólo del cine. En estos días, por pura casualidad, cayó en mis manos una revista de las Naciones Unidas de noviembre del 86, edición en inglés del Correo de la Unesco. Allí me enteré de que un antiguo cosmógrafo había escrito que los indígenas de las Américas tenían la piel azul y la cabeza cuadrada. Se llamaba, créase o no, John of Hollywood.

La declaración proclama, la realidad traiciona. "Nadie podrá suprimir ninguno de estos derechos", asegura el artículo 30, pero hay alguien que bien podría comentar: "¿No ve que puedo?". Alguien, o sea: el sistema universal de poder, siempre acompañado por el miedo que difunde y la resignación que impone.

Según el presidente Bush, los enemigos de la humanidad son Irak, Irán y Corea del Norte, principales candidatos para sus próximos ejercicios de tiro al blanco. Supongo que él ha llegado a esa conclusión al cabo de profundas meditaciones, pero su certeza absoluta me parece, por lo menos, digna de duda. Y el derecho a la duda es también un derecho humano, al fin y al cabo, aunque no lo mencione la declaración de las Naciones Unidas.

domingo, agosto 07, 2005

¿HUMANIQUE?

Humanitario. Adjetivo que confirma
la mala opinión que sobre el género
humano tienen los demás habitantes
de este planeta.

Esta no es la definición del diccionario. No todavía; pero pronto lo será, al paso que vamos. Ahora se invocan razones humanitarias para liberar al general Pinochet, aunque su salud resulta envidiable comparada con el estado en que él dejó a sus miles de muertos y torturados. No menos humanitarias, la verdad sea dicha, habían sido las razones que lo habían llevado a Londres, en 1998: el ex general viajó para comprar armas y cobrar comisiones.

Rueda el mundo, gira el reloj. El mundo demuestra lo humano que es destinando, cada minuto, un millón de dólares a gastos militantes. Las guerras se llaman misiones humanitarias, desde que el presidente Clinton las bautizara así. Rambo es el Erasmo de este nuevo humanismo. Según han contado los corresponsales de guerra, los soldados rusos, que redujeron a cenizas la ciudad de Grozny, tuvieron a Rambo por modelo. Y mientras llovían los bombazos, el general Valeri Manilov, jefe del estado mayor, exigía la rendición de los chechenos aclarando que no se trataba de un ultimátum. "Este es un acto humanitario", declaró.

A Putin no lo quería nadie cuando el zar Boris le cedió su trono. Según las encuestas, lo apoyaba el uno por ciento de la población. Meses después, cuando ya la bandera rusa flamea sobre lo que era Grozny, Putin es el político más popular de Rusia. Hasta su cara de ofidio ha resultado una virtud: éste es el hombre implacable y helado que Rusia necesita.

No hay mejor campaña electoral que una guerra exitosa. Chechenia ha sido salvada del peligro checheno. Putin ha aplicado el mismo tratamiento humanitario que la OTAN había aplicado, poco antes, a Yugoslavia. La terapia viene de la guerra de Vietnam. En 1968, un oficial estadunidense había declarado a la Associated Press: "Hay que destruir la aldea de Ben Tre, para salvarla". Pero en la guerra de Vietnam fueron muchos los invasores que murieron, y muchas fueron las víctimas que la televisión mostró. Desde aquel entonces, las grandes potencias, que comparten el derecho de matar con impunidad, han hecho enormes progresos en el arte de matar a distancia, sin riesgo de morir, y la tecnología, puesta al servicio de la hipocresía, permite que los verdugos no vean a sus víctimas, y la opinión pública tampoco. Las fulminantes operaciones militares que arrasaron barrios enteros de Panamá, Bagdad y Belgrado, y que en Grozny no han dejado piedra sobre piedra, se han traducido en espectaculares ascensos de popularidad para Bush, Clinton, Blair y Putin.

"Cada arma que se dispara es un robo que se comete contra los que tienen hambre y no reciben alimentos, y contra los que tienen frío y no reciben ropa". Aunque fue pronunciada el 16 de abril de 1953, cuando las guerras todavía se llamaban simplemente guerras, la frase tiene mucha actualidad en el mundo de hoy y, sin ir más lejos, en América Latina, donde se han duplicado los gastos militares en la década pasada. El autor de estas palabras sabía muy bien de qué estaba hablando. Dwight Eisenhower no era, que digamos, un agitador pacifista, sino un guerrero profesional que estaba ocupando la presidencia de Estados Unidos.

¿Misiones humanitarias o sacrificios humanos? Para que el orden cósmico continuara funcionando, los aztecas ofrecían corazones humanos a los dioses. Para que el orden terrestre continúe funcionando, el mundo de nuestros días ofrece sacrificios humanos a los fabricantes de armas y a los señores de la guerra. Jehová, el dios de los hebreos, que después fue dios de los cristianos y los musulmanes, amenazaba a quienes no le obedecieran con azotes y plagas, sequías, hambres y derrumbamientos (Levítico, 26), y sin pestañear ejecutaba sus castigos. Pero el Antiguo Testamento queda a la altura de un frijol comparado con los truenos de la ira del Nuevo Orden Mundial. Y jamás a Jehová se le ocurrió decir que fueran humanitarias sus maldiciones y sus venganzas. El era más bien despiadado, pero no era un farsante.

Quizá las guerras son humanitarias en el sentido de que matan cada vez más humanos sin uniforme. Un artículo del New York Times (de R.W. Apple, 21 de diciembre de 1989) exaltó la invasión de Panamá como un exitoso "ritual de iniciación" del presidente Bush, que así demostraba "su voluntad de derramar sangre". En las ceremonias de cacería de nuestro tiempo, el guerrero es el cazador y el civil, la presa. A lo largo del siglo XX, que ha sido, y por lejos, el más carnicero de la historia, hubo 15 por ciento de muertos civiles en la Primera Guerra Mundial. La proporción pegó tremendo salto, hasta 65 por ciento, en la Segunda Guerra Mundial. Y después ha seguido subiendo, en las guerras del medio siglo siguiente, hasta llegar a las espeluznantes estadísticas actuales: nueve de cada 10 víctimas son civiles, y en su mayoría niños.

Muchos de esos niños mueren después que las guerras han terminado. Ellos estallan al contacto con las minas antipersonales sembradas en los campos --que Estados Unidos continúa fabricando y vendiendo a pesar de la prohibición internacional-- o pagan las consecuencias de las guerras ocurridas. En Irak, por ejemplo, la mortalidad infantil se ha triplicado en los años posteriores a la guerra, a causa del bloqueo económico. "Vale la pena", declaró, en 1996, la canciller Madeleine Albright. En Yugoslavia, niños y adultos civiles están sufriendo, ya pasada la guerra, por las radiaciones cancerígenas de las tierras contaminadas por las bombas revestidas de uranio empobrecido, un mortífero producto de descarte de la energía nuclear. Según el Landau Center, un instituto de investigacio- nes que hizo un informe para el gobierno italiano, cada misil Tomahawk puede generar mil 600 enfermos de cáncer. La OTAN había negado el uso del uranio. Después, reconoció que se había utilizado contra los tanques serbios. En total, el diluvio de bombas destruyó 13 tanques.

Estados Unidos, cuyo territorio no ha sido nunca bombardeado por nadie, ha bombardeado a 19 países a lo largo de la segunda mitad del siglo XX: China, Corea, Guatemala, Indonesia, Cuba, Congo, Laos, Vietnam, Camboya, Líbano, Granada, Libia, Nicaragua, Panamá, Irak, Bosnia, Sudán, Afganistán y Yugoslavia. En septiembre de 1999, el presidente Clinton explicó: "Lamentablemente, no podemos responder a todas las crisis humanitarias que se producen en el mundo". Menos mal.

jueves, agosto 04, 2005

LA MONARQUIA UNIVERSAL

La monarquía universal
Ya se desmoronó la cortina de hierro, como si fuera de puré, y las dictaduras militares son una pesadilla que muchos países han dejado atrás. ¿Vivimos, pues, en un mundo democrático? ¿Inaugura este siglo XXI la era de la democracia sin fronteras? ¿Un luminoso panorama, con algunas pocas nubes negras que confirman la claridad del cielo?

Los discursos prestan poca atención a los diccionarios. Según los diccionarios de todas las lenguas, la palabra democracia significa «gobierno del pueblo». Y la realidad del mundo de nuestro tiempo se parece, más bien, a una poderocracia: una poderocracia globalizada.

Día tras día, en cada país se van recortando más y más los angostos márgenes de maniobra de los políticos locales, que por regla general prometen lo que no harán y que muy rara vez tienen la honestidad y el coraje de anunciar lo que harán. Se llama realismo al ejercicio del gobierno como deber de obediencia: el pueblo asiste a las decisiones que toman, en su nombre, los gobiernos gobernados por las instituciones que nos gobiernan a todos, en escala universal, sin necesidad de elecciones.

La democracia es un error estadístico, solía decir don Jorge Luis Borges, porque en la democracia decide la mayoría y la mayoría está formada por imbéciles. Para evitar ese error, el mundo de hoy otorga el poder de decisión a los poquitos, muy poquitos, que lo han comprado.

El FMI y el Banco Mundial
En la época del esplendor democrático de Atenas, una persona de cada diez tenía derechos ciudadanos. Las otras nueve, nada. Veinticinco siglos después, es evidente que a los griegos se les iba la mano con la generosidad.

Ciento ochenta y dos países integran el Fondo Monetario Internacional. De ellos, 177 ni pinchan ni cortan. El Fondo Monetario, que dicta órdenes al mundo entero y en todas partes decide el destino humano y la frecuencia de vuelo de las moscas y la altura de las olas, está en manos de los cinco países que tienen cuarenta por ciento de los votos: Estados Unidos, Japón, Alemania, Francia y Gran Bretaña. Los votos dependen de los aportes de capital: el que más tiene, más puede. Veintitrés países africanos suman, entre todos, 1 por ciento; Estados Unidos dispone de 17 por ciento. La igualdad de derechos, traducida a los hechos.

El Banco Mundial, hermano gemelo del FMI, es más democrático. No son cinco los que deciden, sino siete. Ciento ochenta países integran el Banco Mundial. De ellos, 173 aceptan lo que mandan los siete países dueños de 45 por ciento de las acciones del Banco: Estados Unidos, Alemania, Japón, Gran Bretaña, Francia, Italia y Canadá. Estados Unidos tienen, además, poder de veto.

Las Naciones Unidas
El poder de veto significa, en buen romance, todo el poder. La Organización de las Naciones Unidas es algo así como la gran familia que nos reúne a todos. En la ONU, Estados Unidos comparte el poder de veto con Gran Bretaña, Francia, Rusia y China: los cinco mayores fabricantes de armas, que a Dios gracias velan por la paz mundial. Estas son las cinco potencias que toman las decisiones, cuando las papas queman, en la más alta institución internacional. Los demás países tienen la posibilidad de formular recomendaciones, que eso no se le niega a nadie.

La Organización Mundial del Comercio
Hay derechos que se otorgan para no ser usados. En la Organización Mundial del Comercio, todos los países pueden votar en igualdad de condiciones; pero jamás se vota. «El voto por mayoría es posible, pero no ha sido nunca utilizado en la OMC y era muy raro en el GATT, el organismo que la precedió», informa su página oficial en Internet. Las resoluciones de la Organización Mundial del Comercio se toman por consenso y a puertas cerradas, que si no recuerdo mal era el sistema utilizado por las cúpulas del poder estalinista, para evitar el escándalo de la disidencia, antes de la victoria de la democracia en el mundo.

Así, la OMC ejecuta en secreto, impunemente, el sacrificio de centenares de millones de pequeños agricultores de todo el planeta, en los altares de la libertad de comercio. No tan en secreto ni tan impunemente, sin embargo: hasta hace poco, nadie sabía muy bien qué era eso de la OMC, pero las cosas han cambiado desde que cincuenta mil desobedientes tomaron las calles de la ciudad de Seattle, a fines del año pasado, y desnudaron ante la opinión pública a uno de los reyes de la monarquía universal. Los manifestantes de Seattle fueron llamados forajidos, locos, despistados, prehistóricos y enemigos del progreso por los grandes medios de comunicación. Por algo será.