miércoles, marzo 30, 2005

LA MEMORIA COMPRADA

En 1839, el embajador norteamericano en Honduras, John Lloyd Stephens, compró la ciudad maya de Copán, con dioses y todo, por cincuenta dólares.

En 1892, en las cercanías de Nueva York, un jefe indígena iroqués vendió las cuatro fajas sagradas que su comunidad guardaba desde siempre. Como las ruinas alzadas en la maleza de Copán, esas fajas de cochinillas contaban la historia colectiva. El general Henry B. Carrington las compró por stenta y cinco dólares.

Para blanquear la República Dominicana, el general Rafael Leónidas Trujillo asesinó a dieciocho mil negros en 1937. Eran todos haitianos, como su abuela materna. Trujillo pagó al gobierno de Haití una indemnización de veintinueve dólares por muerto.

En el año 2001, al cabo de varios procesos por sus crímenes, el general Augusto Pinochet terminó pagando una multa de 3.500 dólares. Un dólar por muerto.

LA MEMORIA QUEMADA

En 1499, en Granada, el arzobispo Cisneros echó a las llamas los libros que contaban ocho siglos de cultura islámica en España, mientras trece siglos de cultura judía ardían en las hogueras de la Inquisición.

En 1562, en Yucatán, fray Diego de Landa mandó a la hoguera ocho siglos de literatura maya.

Otros incendios hubo antes en el mundo, memorias arrojadas al fuego, y muchos hubo después.

En el año 2003, cuando las tropas invasoras concluyeron la conquista de Irak, los vencedores rodearon con tanques y soldados los pozos de petróleo, las reservas de petróleo y el Ministerio de Petróleo. En cambio, los soldados silbaron y miraron para otro lado cuando fueron vaciados todos los museos y fueron robados los libros de barro cocido que contaban las primeras leyendas, las primeras historias y las primeras leyes escritas en el mundo.

Acto seguido, fueron quemados los libros de papel . Ardió la Biblioteca Nacional de Bagdad, y se hicieron cenizas más de medio millón de libros. Muchos de los primeros libros impresos en lengua árabe y en lengua persa murieron allí.

LADRONES DE PALABRAS

Según el diccionario de nuestro tiempo, las buenas acciones ya no son los nobles gestos del corazón
, sino las acciones que cotizan bien en la Bolsa, y la Bolsa es el escenario donde ocurren las crisis de valores.

El mercado ya no es el entrañable lugar donde uno compra fruta y verduras en el barrio. Ahora se llama Mercadoa un terrible señor sin rostro, que dice ser eterno y nos vigila y nos castiga. Sus intérpretes anuncia: El Mercado está nervioso, y advieten: No hay que irritar al Mercado.

Comunidad Internacional es el nombre de los grandes banqueros y de los jefes guerreros. Sus planes de ayuda venden salvavidas de plomo a los países que ellos ahogan y sus misiones de paz pacifican a los muertos.

En los Estados Unidos, el Ministerio de Ataques se llama Secretaría de Defensa, y se llaman bombardeos humanitarios sus diluvios de misiles conta el mundo.

En una pared, escrito por alguien, escrito por todos, leo: "A mí me duele la voz".

miércoles, marzo 02, 2005

ASALTADO ASALTANTE

En América Latina, las dictadura militares quemaban los libros subversivos. Ahora, en democracia, se queman los libros de contabilidad. Las dictaduras militares desaparecían gente. Las dictaduras financieras desaparecen dinero.

Un buen día, los bancos de la Argentina se negaron a devolver el dinero a los ahorristas.

Norberto Roglich había guardado sus ahorros en el banco para que no los comieran los ratons ni los robaran los ladrones. Cuando fue asaltado por el banco, don Norberto estaba muy enfermo, porque los años no vienen solos, y la jubilación no daba para pagar los remedios.

De modo que no le quedaba otra: desesperado, penetró en la fortaleza financiera y sin pedir permiso se abrió paso hasta el escritorio del gerente. El el puño, apretaba una granada:

- O me dan mi plata o volamos todos.

La granada era de juguete, pero hizo el milagro: el banco le entregó su dinero.

Después, don Norberto marchó preso. El fiscal pidió de ocho a dieciseis años de cárcel. Para él, no para el banco.

EL UNIFORME DE TRABAJO

Ciento treinta y cinco años después de su muerte, Abraham Lincoln andaba por las calles de Baltimore, Annapolis, y otras ciudades
de Maryland.

Lincoln entraba en un comercio cualquiera. Tocándose el ala del sombrero de copa, inclinaba el cuerpo en una leve reverencia. Estudiaba el panorama con sus inconfundibles ojos melancólicos,
mientras se rascaba la barba grisácea sin bigotes, y después extraía de la levita negra una pistola Magnum 357.
En su estilo directo, de hombre que va al grano, y no se anda con vueltas, decía:

-La bolsa o la vida.

Durante el mes de mayo del 2000, Kevin Gibson, asaltó once tiendas, siempre disfrazado de Abraham Lincoln, hasta que la policía lo atrapó
y lo metió en la cárcel.

Gibson está preso desde entonces. Tiene cárcel para rato.El se pregunta por qué. Al fin y al cabo,¿ no se disfrazan de Lincoln los políticos más exitosos, para hacer más o mnos lo mismo?

martes, marzo 01, 2005

EL ALEGATO "BOCAS del TIEMPO"(Eduardo Galeano)

-Declare su versión de los hehos- mandó el juez.
El esribiente, las manos en el teclado, transcribió los dichos del acusado, conocido por su apodo de El Tornillo, residente en la ciudad de Melo, mayor de edad, de estado civil soltero,, profesión desoupado.
El acusado no negó su responsabilidad en el delito que se le imputaba. Sí, él había estrangulado una gallina que no era de su propiedad. Alegó:
-Tuve que matarla. Hacía tiempo que me chiflaba la panza vacía.
Y conluyó:
-Fue en defensa propia, señor juez.

INDICIOS "BOCAS del TIEMPO"(Eduardo Galeano)

No se sabe si ourrió hae siglos, o hace un rato, o unca.
Ala hora de ir a trabajar, un leñador desubrió que le faltaba el hacha. Observó a su vecino que tenía el aspecto
típico de un ladrón de hachas: la mirada, los gestos, la maera de hablar...
Un día después, el leñador enotró su hacha, que estaba caída por ahí.

Y cuando volvió a observar a su vecino, comprobó que no se parecía en nada a un ladrón de hachas, ni en la mirada, ni en los
gestos, ni en la manera de hablar.

ARTILLERO "BOCAS del TIEMPO"(Eduardo Galeano)

Aquella no era una tarde de un domingo cualquiera del año 1967.
Era una tarde de clásico. El club Santafé jugaba contra el Millonarios, y toda la ciudad de Bogotá estaba en las tribunas
del estadio. Fuera del estadio, no había nadie que no fuera paralítio o ciego.
Ya parecía que el partido iba a terminar en empate, cuando Omar Lorenzo Devanni, el goleador de Santafé, el artillero, cayó en el área.
El árbitro pitó penal.
Devani quedó perplejo: aquello era un error, nadie lo había tocado,él había caído de un tropezón. Quiso decírselo al árbitro, pero los jugadores del Santafé lo levantaron y lo llevaron en andas hasta el punto blano de la ejecución.
No había marcha atrás: el estadio rugía, se venía abajo.
Entre los tres palos, palos de horca, el arquero aguardaba.

Y entonces Devanni colocó la pelota sobre el punto blanco.
El supo muy bien lo que iba a hacer, y el precio que iba a pagar por lo que iba a hacer. Eligió su ruina, eligió su gloria: tomó
impulso y con todas sus fuerzas disparó muy afuera, bien lejos del gol.